Opinión | 14/08

Análisis

IA en la infancia: el cambio que puede romper el ciclo de la pobreza

¿Estamos realmente quebrando el círculo vicioso de la pobreza o simplemente lo financiamos de una forma más prolija?

Por Sergio Candelo

El gobierno actual ha dado un paso audaz y necesario en la reforma de la política social. Priorizar las transferencias monetarias directas es un sinceramiento radicalmente eficiente: se ataca el clientelismo, se eliminan intermediarios opacos y se asegura que el auxilio estatal llegue, peso por peso, al bolsillo del ciudadano.

Es una victoria de la transparencia y una modernización de la infraestructura del gasto que debemos reconocer. Más aún, es una demostración de que se puede hacer más con menos, optimizando recursos sin expandir el gasto público.

Pero este es solo el primer paso. Hemos actualizado el "hardware" del sistema, pero seguimos corriendo un "software" obsoleto. Hoy, la gran pregunta ya no es cómo llega la ayuda, sino qué efecto real tiene. ¿Estamos realmente quebrando el círculo vicioso de la pobreza o simplemente lo financiamos de una forma más prolija?

Aquí es donde debemos detenernos y comprender la urgencia, porque la nutrición infantil no es negociable ni prorrogable. La ciencia es unánime: la alimentación durante los primeros años de vida determina la arquitectura del cerebro.

La falta de nutrientes esenciales en esta etapa crítica no solo causa problemas de salud; hipoteca el futuro de una persona. Cada niño mal alimentado hoy es un ciudadano que mañana ingresará al mundo laboral y social en desigualdad de condiciones. No podemos permitirnos, como nación, seguir fabricando ciudadanos de primera y segunda categoría desde la cuna.

A pesar de las buenas intenciones, el dinero que entra en un hogar con múltiples carencias se enfrenta a una "caja negra". Y en el siglo XXI, gobernar a ciegas es un lujo que no podemos permitirnos.

Aquí es donde la tecnología debe entrar en escena para transformar el gasto público en un arma de precisión contra el verdadero talón de Aquiles de Argentina: la pobreza infantil. La solución no es gastar más, sino invertir de manera inteligente. Y para ello, es imperativo medir resultados y optimizar cada peso invertido.

Imaginemos un Sistema Integrado de Desarrollo Infantil (SIDI), una plataforma que unifique tres fuentes de datos: la Historia Clínica Digital Única (la evolución de la libreta AUH con datos de peso, talla, perímetro cefálico y anemia), el Big Data de consumo anónimo (proveniente, por ejemplo, de los registros de la Tarjeta Alimentar) y los datos sociodemográficos de ANSeS.

Una vez que estos universos de datos convergen, la Inteligencia Artificial deja de ser una palabra de moda y se convierte en la herramienta de política pública más poderosa que hayamos tenido. Por supuesto, un sistema así debe nacer sobre cimientos éticos inquebrantables, con total anonimización de datos y bajo las más estrictas normas de protección de la privacidad. La seguridad y la dignidad de las familias no son negociables.

Un modelo de IA bien entrenado podría hacer algo que hasta hoy era impensado a escala masiva: el diagnóstico individual y la intervención predictiva.

El sistema podría, por ejemplo, generar una alerta automática en el celular de un trabajador social: "Alerta SIDI: Juan Pérez, de 18 meses, DNI X, del barrio Y, ha perdido 2 percentiles de peso en 3 meses. Sus compras familiares muestran 80 por ciento de harinas refinadas y 0 de proteínas. El algoritmo sugiere derivación nutricional urgente y educación alimentaria para la familia. Visita domiciliaria recomendada esta semana".

Esto es pasar de una política generalista a una intervención quirúrgica y humana, dirigida por datos. La IA no reemplaza al profesional en el territorio, sino que lo guía, optimizando su trabajo para que llegue justo a tiempo, donde más se lo necesita. Lo libera de la burocracia para que pueda dedicarse a la tarea intransferiblemente humana: el cuidado, la escucha y el apoyo directo.

Algunos dirán que esto es intrusivo o tecnocrático. Al contrario: es la forma más humana de usar la tecnología, para llegar a tiempo cuando un niño nos necesita, no para reemplazar el cuidado humano sino para potenciarlo. Es preferible una intervención temprana y respetuosa a llegar tarde con buenas intenciones.

Dejaríamos de basar nuestras decisiones en promedios o en la ideología, y pasaríamos a una política social de precisión, basada en evidencia.

El cambio a una transferencia directa fue el paso correcto. Ahora debemos dar el siguiente: pasar de una política de fe a una política de hechos. Construir una herramienta como el SIDI requiere visión y voluntad política, pero es la única forma de aprovechar la tecnología para auditar no solo el camino del dinero, sino su impacto final en el desarrollo de cada uno de nuestros chicos.

Ese es el único camino para dejar de gestionar la pobreza y empezar a erradicarla, construyendo, con las herramientas del siglo XXI, esa Argentina de iguales que siempre ha sido nuestra mayor aspiración.

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