
Opinión | Ayer
Familia y empresas
Padres e hijos: del pacto al puente inter-generacional
Un análisis de Jael Itzcovitch plantea que ya no alcanza con negociar y “ceder” entre generaciones. La clave está en construir puentes que permitan el diálogo, la innovación y la continuidad de proyectos familiares y empresariales.

Por Jael Itzcovitch (*)
Un cambio en el modo de entender las relaciones familiares
Hasta hace apenas cinco años, cuando se hablaba de la relación entre padres e hijos adultos, particularmente en familias empresarias o en la transmisión de valores y proyectos, se utilizaba con frecuencia la palabra pacto. La idea era que existían dos partes con intereses distintos, que debían sentarse a negociar y llegar a un acuerdo.
Ese concepto implicaba cierta rigidez: un pacto es casi siempre un contrato, con condiciones, renuncias y compromisos. Funcionaba en un mundo más estable, donde el paso de una generación a otra se pensaba como una transición ordenada, casi previsible.
Hoy, en cambio, nos damos cuenta de que el mundo ha cambiado demasiado rápido y demasiado profundo como para que el viejo “pacto” sea suficiente. Ya no alcanza con negociar: hace falta construir un puente inter-generacional.
Del pacto al puente: qué significa la diferencia
Hablar de puente es muy distinto de hablar de pacto. Un puente conecta orillas que de otro modo permanecerían separadas. No se trata de imponer ni de ceder, sino de facilitar el tránsito, la circulación de ideas, experiencias y valores entre padres e hijos.
En la práctica, esto significa que los mayores, padres y abuelos, deben aceptar que el mundo que conocieron ya no es el mismo. Y no solo aceptarlo: deben adaptarse de manera proactiva, abriendo espacio para que los más jóvenes incorporen nuevas lógicas, nuevas tecnologías y nuevas formas de ver la vida.
El puente es bidireccional: los jóvenes también cruzan hacia el lado de la experiencia, el aprendizaje y la memoria familiar. Pero si los mayores no habilitan la estructura, el puente se vuelve frágil o, directamente, inexistente.
Ejemplo 1: La empresa que aprendió a escuchar
Un caso ilustrativo es el de una pyme familiar en Córdoba. El fundador, de más de 70 años, seguía controlando personalmente cada decisión. Sus hijos, formados en universidades y con experiencias en el exterior, pedían implementar un sistema de gestión digital, con métricas de eficiencia y canales de venta online.
Durante años, el padre se resistió: “Nuestros clientes siempre compraron de la misma manera”. El clima era de tensión permanente.
El cambio ocurrió cuando dejó de plantearlo como una negociación, “yo cedo esto, ustedes ceden aquello”, y aceptó que debía habilitar un puente. Decidió probar el sistema digital durante seis meses, apoyado por sus hijos. El resultado: la empresa duplicó su base de clientes en un año, y el fundador descubrió que podía concentrarse en lo que mejor sabía hacer, sin perder el control, pero sin asfixiar la innovación.
Ejemplo 2: El legado más allá del patrimonio
Otro caso proviene de una familia que no tiene empresa, pero sí un fuerte patrimonio cultural. Los padres soñaban con que sus hijos respetaran la tradición de reunirse todos los domingos en la casa familiar. Los hijos, en cambio, sentían que ese ritual les quitaba libertad.
La tensión se resolvió cuando los padres comprendieron que no podían imponer el pasado como obligación, sino como herencia viva. Así nació la idea de los encuentros rotativos: cada mes, un miembro de la familia organiza un encuentro en su casa o en un espacio elegido. De esta forma, se mantiene el espíritu de la tradición, pero adaptado a los tiempos de movilidad, flexibilidad y diversidad de intereses.
El pacto se habría roto en cualquier momento. El puente, en cambio, permitió sostener la continuidad familiar de un modo creativo.
El mundo que cambió
¿Por qué ya no alcanza con el pacto? Porque la velocidad de transformación de la vida contemporánea es inédita.
- Tecnología: los hijos viven hiperconectados, mientras los padres crecieron en la lógica del cara a cara.
- Valores sociales: la diversidad de elecciones personales y profesionales rompe con los esquemas tradicionales.
- Expectativas de vida: los mayores llegan activos a los 70 y los 80, lo que prolonga las etapas de convivencia intergeneracional.
Ante este escenario, pretender que un pacto entre dos visiones tan distintas funcione, es ingenuo. El puente, en cambio, abre la posibilidad de encuentro sin negar las diferencias.
Lo que se gana al tender puentes
Construir puentes no es sencillo: exige humildad de los mayores para reconocer que ya no tienen todas las respuestas, y exige paciencia de los jóvenes para no confundir novedad con sabiduría.
Pero cuando se logra, los beneficios son notables:
- Las empresas familiares se vuelven más innovadoras y, al mismo tiempo, más sólidas.
- Los lazos afectivos se fortalecen porque no hay imposición, sino colaboración.
- El legado deja de ser un peso y se convierte en una oportunidad.
Reflexión final
La metáfora del puente es, en definitiva, una invitación. A los padres y madres de hoy: más que custodiar un territorio, les toca construir un acceso. A los hijos e hijas: más que rebelarse contra el pasado, les toca cruzar con respeto y con creatividad. Si el siglo 20 fue el tiempo de los pactos, el siglo 21 exige puentes. Y cada familia, cada empresa, cada comunidad está llamada a elegir: ¿preferirá levantar murallas o tender caminos?
(*) Directora y Mentora de Estim Groups (www.estimgroups.com).