Opinión | 20:35

Prevención familiar

Cómo ayudar a nuestros mayores a cuidarse de las estafas digitales

En la era digital, los delincuentes ya no golpean la puerta: llegan por WhatsApp o correo electrónico. Las estafas virtuales crecen y apuntan especialmente a los adultos mayores, que muchas veces confían en mensajes falsos con apariencia oficial.

Por Maximiliano Ripani (*)

Hace no tantos años, la estafa más común era el “cuento del tío”: alguien tocaba el timbre diciendo que venía del banco, de la luz o que traía un premio. La escena se repetía en los barrios, y más de un abuelo confiado terminaba abriendo la puerta. Hoy, el timbre ya no suena.

Lo que suena es el celular. El estafador ya no se presenta en persona, sino detrás de una pantalla. Y aunque la forma cambió, el objetivo sigue siendo el mismo: aprovechar la confianza de la gente, en especial de nuestros adultos mayores.

La digitalización les dio un montón de beneficios. Para un jubilado, ya no tener que hacer cola durante horas en el banco es un alivio. Poder sacar un turno médico sin moverse de casa, o recibir la boleta de los servicios directamente por mail, simplifica mucho la vida.

También es cierto que la pandemia aceleró todo: de un día para el otro, millones de personas que jamás habían usado una app se encontraron obligadas a hacerlo. Y en ese salto, muchos adultos mayores quedaron expuestos a trampas que no siempre saben identificar.

Donde un joven ve una alerta sospechosa o un link raro, un abuelo ve un mensaje con el logo del banco o de ANSES. Donde un nieto sospecha de un “beneficio extraordinario” demasiado tentador, la abuela puede pensar que se trata de un derecho ganado. La confianza, que fue un valor enorme de su generación, se transforma de pronto en una vulnerabilidad.

El daño que causan estas estafas no se mide solo en plata. Sí, a veces desaparecen ahorros de toda una vida o una pensión mensual. Pero la herida más profunda es emocional: la vergüenza de haber caído, la tristeza de sentirse burlados, el miedo de volver a usar el celular o la computadora.

He visto a personas que, después de ser engañadas, no quieren ni contestar un WhatsApp. Y ese retiro no solo las afecta a ellas: también las aísla, las deja afuera de un mundo que hoy se mueve casi exclusivamente en digital.

Por eso, la pregunta no es si los adultos mayores “tienen que aprender” a cuidarse, sino cómo hacemos nosotros para enseñarles, acompañarlos y darles confianza.

Y la clave está en no tratarlos como si fueran alumnos de un curso técnico, ni mucho menos como si fueran incapaces. Se trata de explicar con paciencia, sin reírse de los errores, usando ejemplos concretos de todos los días. Decirles: “Mirá, si te llega un mensaje diciendo que ganaste un premio que nunca pediste, no contestes.

Si el banco te escribe por WhatsApp pidiéndote una clave, es falso. Si alguien te llama apurado diciendo que es tu nieto y necesita plata urgente, cortá y volvé a llamar a su número de siempre”.

La enseñanza tiene que darse en los mismos espacios donde siempre hubo transmisión de saberes: la mesa familiar, el club de barrio, el centro de jubilados, la charla con amigos.

Así como antes se contaban historias de viejas estafas para estar prevenidos, hoy hay que hablar de las nuevas. Compartir ejemplos, contar casos, reírse juntos de algún intento burdo que llegó al celular, porque hasta el humor sirve para fijar la idea de que “hay vivos en todos lados”.

Y así como antes acompañábamos a un abuelo al banco para retirar efectivo, hoy tenemos que acompañarlo en lo digital.

Estar presentes cuando instala una aplicación, cuando va a hacer una transferencia por primera vez, cuando recibe un mensaje que no entiende. No se trata de controlarlos ni de quitarles independencia, sino de darles seguridad para que puedan manejarse solos, pero sabiendo que tienen una red de apoyo detrás.

El Estado y las empresas también tienen su parte: deberían simplificar trámites, diseñar aplicaciones fáciles de usar, comunicar de manera clara. Muchas veces la confusión no viene del delincuente, sino de una interfaz poco amigable que abre la puerta a imitaciones falsas. Pero mientras tanto, la primera línea de defensa sigue siendo la familia y la comunidad.

Nuestros adultos mayores no son ingenuos ni “pobres víctimas”. Son personas que atravesaron crisis, criaron familias, trabajaron toda una vida. Lo que pasa es que crecieron en un mundo donde la palabra de un empleado bancario o un funcionario era sagrada, y ahora se enfrentan a un escenario en el que esa misma confianza se explota desde un celular.

Si alguien los engaña, no es porque no entiendan, sino porque tienen un valor enorme que los estafadores convierten en debilidad: creen en la palabra del otro.

Protegerlos, entonces, no es un acto de caridad. Es un acto de justicia y de respeto. Se trata de reconocer que el mundo digital avanzó demasiado rápido y que no todos tuvieron tiempo de aprender sus códigos. Y de asumir que, así como ellos nos cuidaron a nosotros en nuestra infancia, ahora nos toca a nosotros cuidarlos en este terreno nuevo.

En definitiva, la verdadera batalla contra las ciberestafas no se gana solo con más tecnología, sino con más empatía. Con información clara, con paciencia, con compañía. Porque en un mundo que cada día nos empuja más a la virtualidad, el desafío no es detener el avance, sino asegurarnos de que nadie quede afuera ni quede expuesto.

Y si de algo podemos estar seguros es que, si caminamos este proceso juntos, nuestros mayores no solo estarán más protegidos, sino también más confiados para disfrutar de todo lo bueno que la tecnología todavía tiene para darles.

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(*) Cybersecurity Engineer de ZMA IT Solutions (www.zma.la)

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