Opinión | 14:00
Análisis
"Creí que era el banco y, en minutos, me vaciaron la cuenta"
Una columna de opinión importante.
Por Maximiliano Ripani
Hoy casi todo pasa por el celular: el banco, las compras, los trámites, el trabajo y hasta la vida social. Pero esa comodidad tiene un costo, el riesgo de ser engañados con una simple llamada o un mensaje que parece real. Ya no hay que ser "ingenuo" ni visitar páginas sospechosas para caer en una trampa digital.
Hoy cualquiera puede ser víctima. La pregunta dejó de ser cómo evitar ser estafado y pasó a ser: ¿Qué hago ahora que me estafaron?
En Argentina, las cifras lo confirman. En 2024 se registraron más de 34 mil denuncias por estafas virtuales, un 21 por ciento más que el año anterior (Ushuaia24). El 63 de los delitos informáticos denunciados corresponde a fraudes en línea, y el 76 de los argentinos asegura haber sido víctima o conocer a alguien que lo fue (ITSitio, La Popu).
Las estafas vinculadas a plataformas financieras crecieron 43 por ciento en solo un año (TN Tecno). Son números que asustan, pero sobre todo, historias reales: personas que perdieron dinero, datos o su identidad digital en cuestión de minutos.
La mayoría se da cuenta tarde. Un mail confirmando una compra que nunca se hizo, una transferencia extraña, un aviso de bloqueo del banco. Primero llega la sorpresa, luego la culpa y el miedo. Pero lo importante en ese momento no es lamentarse, sino actuar. Las estafas digitales son como incendios, cuanto antes se interviene, más chances hay de contenerlas.
No hay que borrar mensajes ni correos, porque cada detalle puede servir como prueba. Si el fraude involucra cuentas bancarias, tarjetas o billeteras virtuales, lo urgente es contactar a la entidad, pedir el bloqueo inmediato y obtener un número de reclamo. Ese dato será esencial si luego se hace una denuncia formal. En paralelo, conviene cambiar todas las contraseñas, desde el correo y las redes sociales hasta las aplicaciones financieras, y activar la autenticación en dos pasos, una herramienta que agrega una capa extra de seguridad.
Denunciar no es una pérdida de tiempo, es la única forma de convertir un hecho personal en una acción colectiva. En Argentina, las estafas digitales se investigan como delitos informáticos. La denuncia puede hacerse en la comisaría más cercana o, si existe, en una fiscalía especializada.
También se puede acudir a la División de Delitos Tecnológicos de la Policía Federal. Cuando la estafa involucra bancos o billeteras digitales, además se debe presentar un reclamo formal ante la entidad. Si no hay respuesta, el Banco Central de la República Argentina actúa como mediador. En el caso de plataformas como WhatsApp, Mercado Libre o redes sociales, también es importante reportar los perfiles falsos o publicaciones engañosas para evitar nuevas víctimas.
La posibilidad de recuperar el dinero dependerá del tipo de estafa y de la rapidez de la reacción. Si la transferencia fue reciente, algunos bancos logran frenarla o revertirla. En los casos de tarjetas, la Ley de Tarjetas de Crédito protege al usuario si reclama dentro de los 30 días.
Pero cuando el engaño implica una transferencia voluntaria, aunque haya sido inducida, la situación se complica y muchas veces la recuperación depende de una investigación judicial. De todos modos, denunciar siempre vale la pena: varias bandas fueron desmanteladas gracias a la acumulación de reclamos individuales.
En el mundo digital, las pruebas son distintas. No se trata de huellas ni cámaras, sino de mensajes, direcciones IP, correos, registros de conexión y capturas. Conservarlos es clave. Un error común es borrar los mensajes o bloquear la cuenta estafadora. Sin embargo, cada mensaje puede ser la pieza que permita rastrear el origen del ataque.
Las capturas deben incluir la fecha, la hora y la dirección web completa, y siempre que sea posible conviene guardar los archivos originales. Tampoco hay que intentar contactar al estafador. Eso puede complicar la investigación. Hoy existen laboratorios forenses digitales capaces de reconstruir toda la ruta del fraude a partir de esos rastros.
Cada estafa deja una enseñanza. La mayoría no depende de tecnología avanzada, sino de manipulación emocional. Los delincuentes saben cómo generar urgencia, miedo o confianza. Un mensaje que dice "bloquearemos tu cuenta en 30 minutos", un supuesto familiar pidiendo ayuda o una oferta de trabajo irresistible son ejemplos clásicos.
Por eso la educación digital es la mejor defensa. Aprender a detectar señales de alerta, errores en los textos, direcciones raras, pedidos inusuales o promesas exageradas, puede evitar enormes pérdidas. En las empresas, además, esta educación debe ser institucional. Un empleado entrenado para reconocer un intento de fraude puede salvar a la organización de un daño millonario.
Tras la denuncia y el bloqueo de cuentas, llega el momento de reconstruir la seguridad. Es recomendable revisar qué servicios podrían haber sido comprometidos, cambiar todas las contraseñas y, si se usaban iguales en distintos sitios, reemplazarlas por claves únicas y seguras. Los gestores de contraseñas son una buena opción para hacerlo de forma práctica.
Activar la autenticación en dos pasos en servicios como Gmail, WhatsApp, Instagram o los bancos es otra medida clave. También conviene ajustar la privacidad en redes sociales, reduciendo la exposición de datos personales que puedan ser usados en futuros engaños. Y nunca hay que descuidar las actualizaciones: los sistemas operativos y las apps lanzan constantemente parches que corrigen vulnerabilidades.
Cuando la estafa afecta a una empresa, el impacto es mayor. En los últimos años, muchas pymes argentinas sufrieron fraudes como el "engaño del CEO", en el que un delincuente suplanta la identidad del director general y pide transferencias urgentes.
Ante una situación así, la empresa debe actuar como ante un incidente de seguridad: aislar los equipos comprometidos, contactar a especialistas en ciberseguridad, cambiar contraseñas y notificar a los clientes si hay riesgo de filtración de datos. Existen servicios especializados que ayudan a analizar el ataque y prevenir que vuelva a ocurrir.
Uno de los mayores temores tras una estafa es que los datos personales queden expuestos. Si eso ocurre, se puede denunciar ante la Agencia de Acceso a la Información Pública (AAIP), responsable de la protección de datos personales. También se pueden pedir a las plataformas la eliminación de perfiles falsos o publicaciones relacionadas con la víctima. En algunos casos extremos, puede ser necesario solicitar la reemisión del DNI o de tarjetas si hay riesgo de suplantación de identidad.
El fraude digital no deja de crecer. Más del 76 por ciento de los argentinos asegura haber enfrentado alguna estafa o intento de fraude en línea, y las transacciones digitales ya representan más del 80 de las operaciones bancarias del país (La Popu, La Trocha Digital). El avance de la inteligencia artificial hizo aún más difícil distinguir lo real de lo falso: hoy se pueden clonar voces, rostros o mensajes con una precisión que confunde incluso a los expertos.
Ser víctima de una estafa digital no es solo una pérdida económica, es también un golpe emocional. La sensación de haber sido engañado puede generar culpa o vergüenza, pero nadie está exento. Los delincuentes no buscan a los "ingenuos", buscan a los distraídos. Y todos lo somos en algún momento. Lo importante es no quedarse en silencio: denunciar, compartir la experiencia y aprender. Cada testimonio ayuda a otros a estar alertas.
En definitiva, la ciberseguridad no se trata solo de tecnología, sino de conducta. Se trata de actuar con prudencia, verificar antes de confiar y reaccionar rápido ante cualquier señal de alerta. Nadie puede garantizar que nunca será engañado, pero sí que, con información y preparación, el daño puede ser mucho menor.
La verdadera defensa no está en los programas ni en las contraseñas, sino en la capacidad de cada uno para reconocer el riesgo, proteger sus datos y cuidar lo más valioso: la confianza en el mundo digital.
