Opinión | Ayer
Análisis
Cuando ganar nos convence de que siempre tuvimos razón
El lado B del dólar: el escenario optimista.
Por Sergio Candelo
El 10 de septiembre escribí sobre tres posibles caminos: estabilidad, explosión o cambio de gobierno. Dos semanas después, con el dólar amenazando los 1800 pesos, hablé de nuestra amnesia automática: ese mecanismo por el cual el pánico del viernes se evapora el lunes, apenas llega el auxilio del Tesoro de Estados Unidos. Hoy, en cambio, toca hablar de algo menos frecuente: qué pasa cuando las cosas salen bien.
Las elecciones favorecieron a Javier Milei. El dólar se estabilizó. El riesgo país bajó. Y lo más argentino de todo: quienes anunciaban el apocalipsis ahora aseguran que era obvio que esto iba a pasar. En septiembre teníamos 3 escenarios posibles. Hoy, muchos juran que siempre estuvo claro cuál era el correcto.
No lo estaba. Era uno de tres futuros, y simplemente nos tocó este. El cerebro humano tiene un sesgo curioso: una vez que algo ocurre, reescribe el pasado para que parezca el único desenlace posible. Así, olvidamos las otras alternativas y transformamos la casualidad en destino.
Lo que sí mejoró fue la confianza post-electoral, las expectativas y el humor del mercado. Lo que no cambió son las reservas netas críticas, la demanda estructural de dólares y la munición limitada del Banco Central. El resultado electoral fue, en esencia, un swap de confianza: poderoso, pero transitorio. No resuelve los problemas de fondo; apenas compra tiempo. Y ahí está el riesgo: cuando ganamos tiempo, solemos desperdiciarlo creyendo que el problema ya no existe.
Cuando algo sale bien, tendemos a validar todo el proceso: "Los números estaban bien", "la estrategia funcionó". Pero confundir resultado con estrategia es un error clásico. Un jugador de póker puede ganar una mano apostando mal.
No porque jugó bien, sino porque tuvo suerte. Si repite la jugada, probablemente pierda. Si la estabilidad del dólar dependía de un resultado electoral favorable, no había un plan económico sólido: había una apuesta.
En septiembre, el swap con Estados Unidos fue como la atajada del Emiliano "Dibu" Martínez en el minuto 119: épica, pero apenas nos llevó a los penales. Hoy ganamos la tanda, con más del 40 por ciento de los votos. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿Mejoró el equipo o simplemente tuvimos la suerte del día? Ganar no responde esa pregunta. Solo la posterga.
Argentina domina el arte de sobrevivir. Prosperar, en cambio, requiere otra cosa: entender por qué funcionó lo que funcionó. Y sobre todo, admitir que un resultado favorable no valida automáticamente el camino que nos llevó hasta ahí. No digo que el resultado electoral sea malo, ni que la estrategia económica sea equivocada. Digo algo más sutil: que nos salga bien no significa que lo hayamos hecho bien.
A veces la diferencia entre ambas cosas se llama suerte. Y confundir suerte con sabiduría es el error más caro que puede cometer un país. El dólar está tranquilo hoy. Perfecto. Pero la pregunta que vale es otra: ¿Qué haríamos distinto la próxima vez que estemos al borde? Porque si algo sabemos en Argentina, es que el borde siempre vuelve.
