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Crimen ritual en Mercedes: la muerte de "Ramoncito" que estremeció a Corrientes

Otra vez los Umbanda en el medio.

En octubre de 2006, la ciudad correntina de Mercedes fue escenario de un homicidio que trascendió los límites de un delito común para convertirse en un caso emblemático de crimen ritual en Argentina.

Ramón Ignacio González, un niño de 12 años conocido como "Ramoncito", fue asesinado por un grupo sectario en lo que los investigadores describieron como un sacrificio humano con fines mágicos y religiosos.

El cuerpo de "Ramoncito" fue hallado el 8 de octubre de 2006 en el patio de una vivienda humilde cerca de las vías del ferrocarril. Presentaba signos de abuso sexual, torturas y decapitación, con faltantes de partes del cuerpo como ojos, lengua y fragmentos óseos del cuello, que habrían sido retirados para rituales.

Según los peritajes forenses de la Universidad Nacional de La Plata, la muerte ocurrió entre las 22 y las 24 horas del 7 de octubre, con evidencias de asfixia y broncoaspiración, mientras el niño sufría un prolongado tormento.

Un estudio académico publicado en 2019 por José Humberto Miceli, investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, detalla que el crimen estuvo vinculado a una secta en formación que fusionaba prácticas afrobrasileñas como la umbanda y la kimbanda con tradiciones guaraníes y el culto al Señor La Muerte.

El grupo realizaba rituales con velas rojas y negras, música satánica y ofrendas de sangre. Entre los testimonios clave, Ramona Gauna, menor de 15 años, describió torturas con inyecciones, quemaduras y el uso de cuchillos para la decapitación, además de la recolección de sangre y partes del cuerpo para fines mágicos.

El juicio concluyó en 2015 con condenas a prisión perpetua para nueve integrantes, incluyendo a Yolanda Martina Bentura, considerada líder, y a otros apodados Pai Alberto y El Brujo. Patricia López, la décima condenada, fue capturada en 2020 tras 13 años prófuga. Sin embargo, delitos como trata de personas y abortos para rituales no fueron juzgados.

Miceli sostiene que este caso evidencia la necesidad de enfoques transdisciplinarios en la investigación de crímenes rituales, combinando antropología cultural y forense, y advierte que la incredulidad y rigidez de justicia y policía dificultan esclarecer este tipo de hechos.

Corrientes, con altos índices de pobreza y vulnerabilidad infantil, se convirtió en el escenario donde lo sobrenatural se entrelazó con la criminalidad organizada, dejando una huella imborrable en la memoria de la provincia.

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